Morir matando

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EL REINO

El ‘basado en hechos reales’ podría muy bien acompañar las imágenes de esta historia que han coescrito Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña. Ambos habían escrito ya otras cintas tan magníficas como Stockholm o Que Dios nos perdone. Historias ambas que también podrían haber tenido su inspiración en la vida real. Aunque claro, en este caso, los hechos narrados beben claramente de las noticias que nos abochornan y avergüenzan como país, sobre los muchos (innumerables ya) casos de corrupción política que aparecen en los medios día sí día también, desde hace años.

Es cierto que en la película no se nombran partidos políticos ni el lugar en el que se desarrolla la historia, pero tampoco hay que ser demasiado lumbreras para captar a quiénes se refiere la historia. Así, el protagonista es Manuel López-Vidal, vicesecretario autonómico que lo tiene todo para dar el salto a la política nacional, hasta que unas grabaciones le implican en una trama de corrupción junto a Paco, su mejor amigo en el partido. Entonces, los que hasta ahora eran sus compañeros le abandonan, cerrando filas en torno a Paco. Expulsado del partido, señalado por la prensa, investigado por la justicia, Manuel decide que no va a caer solo, y se embarca en la búsqueda de los documentos que, si bien no le eximen, demostrarían que todo el partido, todo el sistema, está implicado.

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España (122′)
Dirección: Rodrigo Sorogoyen.
Producción: Mikel Lejarza, Gerardo Herrero.
Guión: Rodrigo Sorogoyen, Isabel Peña.
Fotografía: Alejandro de Pablo.
Música: Olivier Arson.
Montaje: Alberto del Campo.
Intérpretes: Antonio de la Torre (Manuel López-Vidal), Mónica López (Inés), José María Pou (Frías), Nacho Fresneda (Paco), Ana Wagener (La Ceballos), Bárbara Lennie (Amaia Marín), Luis Zahera (Cabrera), Francisco Reyes (Alvarado), Maria de Nati (Nati), Paco Revilla (Fernando), Sonia Almarcha (Susana), David Lorente (Gallardo), Óscar de la Fuente (Pareja), Laia Manzanares (Lucía).

No es baladí el hecho de que la cinta comience a ritmo de música electrónica, dejando claro que el sistema es una fiesta para los que dirigen el cotarro. Desde el principio, la cinta se estructura con largos planos secuencia en los que la cámara persigue al protagonista, que se mueve como pez en el agua en el mundo en el que los que mandan se han creado para sí mismos. Un mundo en el que el pestazo a corrupción lo llena todo, pero contra el que los de a pie no pueden hacer más que taparse la nariz.

Todo resulta tan verosímil que bien podíamos estar ante un documental, de no ser porque el reparto es conocido (y de una calidad sublime). Antonio de la Torre está fantástico, como siempre. Con su trabajo, apoyado por un guion inmenso, consigue que, a pesar de todo, haya momentos en los que lleguemos a empatizar con él, a sufrir cuando sufre, y a desear que tenga éxito en sus pretensiones. No de salvarse, pero sí de que caigan todos los implicados. Y también habría que destacar a Bárbara Lennie, con su pequeño (pero fundamental) papel nos deja ese enorme final, esa pregunta con la que se cierra una película fantástica, que nos deja una radiografía perfecta del vertedero en el que se ha convertido la política nacional en las últimas décadas, y que nos ha dejado tan anestesiados que lo vemos como algo normal.

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