El pícaro americano

BARRY SEAL: EL TRAFICANTE

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De todos es sabido que la realidad supera a la ficción. De hecho, si hubiésemos visto la historia de Barry Seal en una película, posiblemente hubiésemos pensado “hala, qué exageración”. Pero lo que nos cuenta Doug Liman pasó de verdad.
En una época en la que (pese a estar en plena Guerra Fría contra el comunismo) el control era más laxo, donde no era posible saber dónde estaba todo el mundo en todo momento (como lo es hoy gracias a, o por culpa de, las redes sociales, la tecnología de nuestros móviles, o un cada vez mayor gusto por aparentar y mostrarnos al mundo), Barry Seal, un piloto de la aerolínea TWA, que ocasionalmente trapicheaba metiendo en los Estados Unidos puros cubanos de contrabando, abandona su trabajo al ser contratado por la CIA, primero para volar a Centroamérica y realizar fotos aéreas de las guerrillas que estaban empezando a desarrollarse en la zona, y después para llevar armas a la Contra nicaragüense que luchaba contra los sandinistas apoyados por los rusos.

Seal aprovechó dichos viajes para entablar relación (por casualidad) con el cártel de la droga que estaba comenzando sus andanzas en Colombia, e introducía montañas de cocaína en Estados Unidos hasta acumular tanto dinero que, literalmente, no sabía dónde guardar.

Estados Unidos, 2017 (115′)
Título original: American made.
Dirección: Doug Liman.
Producción: Doug Davison, Ron Howard, Brian Grazer, Brian Oliver, Kim Roth, Tyler Thompson.
Guión: Gary Spinelli.
Fotografía: César Charlone.
Música: Christophe Beck.
Montaje: Saar Klein, Andrew Mondshein, Dylan Tychenor.
Intérpretes: Tom Cruise (Barry Seal), Domhnall Gleeson (Monty Schafer), Sarah Wright (Lucy Seal), Jesse Plemons (Sheriff Downing), Caleb Landry Jones (JB), Lola Kirke (Judy Downing), Jayma Mays (Dana Sibota), Alejandro Edda (Jorge Ochoa), Benito Martínez (James Rangel), Morgan Hinkleman (Christina Seal).

Doug Liman realiza su mejor película, con un ritmo frenético en el que cambia de formato, de textura de la imagen, en el que salta en el tiempo, otorgando con todo ello una intensidad y un cariz de comedia a una trama que, en manos de otros, podía haber sido una historia mucho más seria. Porque el tema lo es.

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Aunque lo que en realidad hace aquí Liman es utilizar la historia de un personaje como Seal, un buscavidas capaz de trabajar en varios bandos sin que se le caigan los anillos, un mercenario que luchaba por su propia causa, su amor por el dinero, para hacer una sátira (no tan feroz como pueda parecer en un primer momento) de los tejemanejes de la política americana en casos tan graves como el Irán-Contra (en el que Seal también estuvo presente), cuando gobernando el presidente Reagan se vendieron armas a Irán para financiar a la contra de Nicaragua.

Y luego está Tom Cruise, presente casi en todos los planos, y que vuelve a mostrarnos uno de sus mejores trabajos, lo que le sirve para resarcirse de los patinazos de sus anteriores películas.

Crítica de la película Barry Seal; El Traficante

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