San José, masculinidad alternativa

Mateo 1,46-56

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EL SIGNO definitivo de la intervención del mismo Dios en la historia de la humanidad es un niño recién nacido. Más grande que el milagro de que un enfermo sane, es que un niño nazca y, sobrepasando todas las leyes materialistas de la naturaleza, sonría a sus padres. Cada niño es un don que le da sentido a la vida de quien lo engendra y lo cuida.

Vivimos una época que sobrevalora el trabajo profesional y el ocio consumista al que va emparejado; y minusvalora el cuidado y la vida de la familia. Nos parece que un ascenso en el trabajo va a hacernos sentir realizados, que la novedad de un viaje va a llenar nuestras ansias de felicidad, y no es así.

La misión más importante que le dieron a una mujer nunca en la historia fue la de ser madre; la misión más importante que nunca en la historia le dieron a un hombre fue la de cuidar a su mujer y su hijo. José era carpintero, o algo parecido, pero no fue el arte con que ejercía su oficio lo que le dio sentido a su vida. Custodiar, proteger a María y a Jesús fue su misión.

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San José ha sido durante siglos la referencia masculina por excelencia en la Iglesia: un hombre que se puso al servicio de la vocación de su mujer, que fue llamada a ser Madre de Dios, custodiando a un hijo que no era biológicamente suyo pero que lo acoge como tal, culminando la obra de la encarnación. Jesús, el Verbo de Dios, se hizo carne en el vientre de María, pero se hizo hombre del pueblo en el taller de José. En momentos en los que se profundiza en el papel que el varón ha de asumir dentro de la familia, San José sigue siendo una referencia profundamente iluminadora: generoso, abnegado, profundo admirador de su mujer, valiente, prudente, trabajador.

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