La medida del tiempo

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(Lucas 10, 38-42) VIVIMOS APRESURADOS sin darnos cuenta que para que una fruta esté en su sazón el árbol necesita de los días de lluvia y de frío, y de los días de sol y de calor. Tan engreídos y ensimismados en nuestra sociedad tecnológica y digital, nos parece que podemos inventar nuestra naturaleza, la misma vida -lo del género ya se da por supuesto-. Vivimos apresurados para perder después el tiempo en los mismos mensajes reenviados decenas de veces, viendo imágenes que solo se ven para olvidar, esperando alguna noticia verdadera cuando solo se nos ofrece la repetición seriada de lo mismo con apariencia de novedad.

Hasta el compromiso social o cristiano lo vivimos en tensión apresurada que no nos permite mirar a los ojos al vecino. Nos pasamos el año acelerando y retenidos en atascos, llevando y trayendo a los niños en vez de estar con ellos jugando, haciendo tantas cosas que no disfrutamos ninguna con nadie.

Llega el verano y tenemos prisa, mucha prisa, por disfrutar mucho, por descansar rápido, por experimentar todo lo que hemos visto por la televisión y el ordenador… ¿Quién puede soportar este ritmo inhumano de vida sin caer en la ansiedad o sin inducir en nuestros hijos el síndrome de una hiperactividad inducido?

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Llega un tiempo en el que por las vacaciones y el calor se nos invita a la tranquilidad y al sosiego, a la lectura pausada, al encuentro alegre y sereno con quien amamos, con Quien nos ama. Tranquilízate y vive al ritmo de las personas. Que por las prisas no dejes pasar de largo a Quien te trae aires de promesas.

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