¿Quién me mandaría a mí?

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(Juan 10,27-30) LA FE CRISTIANA es, por esencia, misionera, expansiva, católica, universal. Las otras formas de entender y vivir la fe en lo Absoluto son, por así decirlo, más tranquilas, menos dinámicas. Ninguna tiene un mandato misionero tan claro y tan explícito; ninguna se configura tan íntimamente con la misión de anunciar y testimoniar el amor de Dios a toda la humanidad.

La misión, como toda tarea que desborda las expectativas formadas en una cultura, siempre plantea un cuestionamiento personal, sobre todo cuando los planes que uno se había hecho no se ven satisfechos, y la vida se nos muestra más compleja, más rica y más inabarcable de lo que habíamos pensado. Así que muchas veces, en la tarea evangelizadora, tenemos que decir: ¿Quién me mandaría a mí meterme en este «berenjenal»? Pero la inquietud que Jesucristo pone en la vida, que nos mantiene constantemente jóvenes y con ilusión, no deja al creyente en una quietud que lo paralice.

Los Hechos de los Apóstoles, en este tiempo de pascua, nos transmiten día a día esa inquietud que el Resucitado pone en el corazón de los creyentes. Viajeros incansables, cuestionadores de todo desorden establecido, nómadas de su propia vida… quien experimenta la fuerza de Jesús en su corazón vive en el impulso del Espíritu. Esa es la eterna juventud de la Iglesia.

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No acalles el deseo de traspasar las fronteras que limitan la humanidad y la justicia; no te conformes con la cobardía de consentir con lo que cercena el ansia de plenitud que eres; busca caminos en los que vivir tu fe apostólica y misionera.

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