Fecunda humildad

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( Marcos 6, 1-6) “QUISIÉRAMOS, a veces, más evidencias que la del cielo estrellado allá en lo alto y la clara conciencia de nuestra dignidad como personas en el fondo de nuestro corazón. Quisiéramos más evidencias, pero pocas veces se nos dan.

Al Señor del cielo y de la tierra, al que nos creó a las personas a su imagen y semejanza, le gusta guardar silencio. Gritamos, a veces, de indignación ante la injusticia con nombres y rostros que sentimos cercanos aunque nos separe la raza y la distancia. Gritamos ante la injusticia de los abusos, del hambre, del comercio de armas, de la violación de los derechos de la mujer, del asesinato institucional de tantos jóvenes del Sahel. Gritamos de injusticia y, muchas veces sólo encontramos como respuesta el silencio.

El silencio de Dios es el espacio de nuestra libertad. Libres para acoger y creer; libres para responder a la luz con que se manifiesta la humanidad verdadera; libres para trascender hacia su inmensidad. El silencio de Dios nos permite, nos invita, nos obliga a crecer, a ser peregrinos de nuestra propia vida”.

El evangelio de este domingo nos muestra la humildad de Dios encarnada en Jesús, su Hijo. Su humildad hizo que muchos lo rechazaran, los que no querían ir más allá de su ideología y obsesiones. Su humildad hace que muchos más nos preguntemos cómo tenemos que vivir con autenticidad nuestra fe. «Señor, que el testimonio de tu vida aliente nuestro compromiso y nuestra confianza. En el silencio, siempre estás tú; incluso acogiendo a aquellos para los que no hubo brazos que los sostuvieran».

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