Dulce que no empalaga

EL REPOSTERO DE BERLÍN.

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Thomas es un joven pastelero que regenta un comercio en Berlín. Allí, Oren, un ingeniero israelí que viaja a la ciudad con recurrencia por motivos de trabajo, se enamora de él. Ambos inician una relación que parece marchar viento en popa, a pesar de que en Israel a Oren le esperan esposa e hijo.

Tras un tiempo sin tener noticias de él, Thomas descubre que su amado ha muerto en un accidente de tráfico. Sin saber muy bien qué busca, Thomas se va a Jerusalén, y manteniendo el secreto, contacta con Anat, la viuda, y empieza a trabajar en la pequeña cafetería kosher de ésta. Cuando la relación entre ambos empiece a intensificarse, Thomas se verá obligado a alargar la mentira hasta un punto en el que ya es tarde para rectificar.

La película de Graizer acierta en huir del sentimentalismo y en centrarse en mostrar, sin juzgar a ninguno de sus personajes. Al menos no lo hace de modo descarado. Tampoco cae en excesos a la hora de mostrar los gozos culinarios, teniendo las (numerosas) escenas de cocina más interés que el meramente concatenar las secuencias de la trama. De hecho, sirven para aportar la información, sobre todo para ejercer la crítica religiosa (no excesiva) que se destila en todo el metraje. Pero sobre todo acierta en contar de modo sutil y delicado una historia transgresora sobre una relación que se torna obsesiva.

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Israel-Alemania, 2017 (104′).
Título original: Der Kuchenmacher.
Escrita y dirigida: Ofir Raul Graizer.
Producción: Mathias Schwerbrock, Itai Tamir.
Fotografía: Omri Aloni.
Música: Dominique Charpentier.
Montaje: Michal Oppenheim.
Intérpretes: Tim Kalkhof (Thomas), Sarah Adler (Anat), Zohar Strauss (Motti), Roy Miller (Oren), Sandra Sade (Hanna), Stephanie Stremler (Sophia).

Es cierto que, en el fondo, lo que se cuenta no es nuevo. Historias de relaciones entre personas de distinta nacionalidad, de diferentes creencias religiosas. Historias en las que una muerte inesperada saca a la luz secretos que pueden destrozar familias hay muchas. Incluso en las que los secretos son los mismos que en esta. La diferencia está en los modos. Y el debutante Graizer (que también es chef) se aleja del odio, del resentimiento, a pesar de que los personajes «enfrentados» sean alemanes y judíos israelíes.

Con un tempo sosegado, un tratamiento delicado de unos temas que en otras manos podrían abrir heridas, unas buenas interpretaciones (en las que destaca la francesa Sarah Adler) y una banda sonora magnífica, la película pierde mucho con ese final forzado, ese epílogo que parece metido con calzador y que no termina de encajar con el resto de la historia.

Película El repostero de Berlín

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