El hombre deseado

LA MUJER QUE SABÍA LEER

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Precedida del Premio Nuevos Realizadores obtenido en San Sebastián, Marine Francen, que hasta ahora había trabajado como asistente de dirección para gente como Michael Haneke u Olivier Assayas, debuta en la realización de largometrajes con la adaptación de una novela breve, El hombre semilla, escrita (supuestamente) por Violette Ailhaud, y basada en hechos reales que la propia autora vivió en su propia piel, aunque hay algunos cambios significativos, como la ubicación de la trama, que pasa de la Provenza original a un ramal de los Alpes.

Francia-Bélgica, 2017 (98′)
Título original: Le semeur.
Dirección: Marine Francen.
Producción: Sylvie Pialat, Benoît Quainon.
Guión: Jacques Fieschi, Marine Francen, Jacqueline Surchat, basado en el libro de Violette Ailhaud.
Fotografía: Alain Duplantier.
Montaje: Minori Akimoto.
Intérpretes: Pauline Burlet (Violette), Géraldine Pailhas (Marianne), Alban Lenoir (Jean), Iliana Zabeth (Rose), Françoise Lebrun (Blanche), Raphaëlle Agogué (Louise), Barbara Probst (Jeanne), Annamaria Vartolomei (Joséphine), Margot Abascal (Philomène), Mama Prassinos (Elisabeth), Sarah Fourage (Emilie).

A un pequeño pueblo de montaña llegan las tropas de Napoleón III, que acaba de autoproclamarse emperador, y, en represalia política contra los republicanos, se lleva a todos los hombres del lugar. Las mujeres se quedan solas para sacar adelante una vida sin masculinidad, y tras dos años solas, siendo totalmente autosuficientes, los deseos y necesidades carnales empiezan a hacer mella. Por ello (y para que el pueblo no se vaya despoblando poco a poco), las más jóvenes llegan a un acuerdo: si llega un hombre, lo compartirán entre todas. Entonces, poco después, aparece Jean.

Con un argumento que podía dar lugar a una comedia de enredos románticos, Francen se decanta por el drama intimista, en el que aborda temas como la autosuficiencia de las mujeres, la sexualidad femenina y, en una menor intensidad (a pesar de que forme parte del título en nuestro país), la pasión por la lectura, que por mucho que se destaquen fragmentos de clásicos de la literatura francesa como Victor Hugo o Voltaire, es un tema menor en la película (sobre todo cuando tenemos en cuenta el alto grado de analfabetismo en la Francia rural del siglo XIX).

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En lo que sí destaca La mujer que sabía leer (y mucho) es en su apartado visual, con unos planos y unas tonalidades amarillas que en muchos momentos son obras pictóricas, por su formato televisivo, por casi prescindir por completo de la música. Hay también cierta simbología en los momentos agrícolas (ya desde el mismo título original, El sembrador, que evoca no sólo al momento agrícola sino a la sexualidad que echan de menos las mujeres protagonistas).

Toda esta belleza del apartado visual, esta buena ambientación, se ve lastrada por unos personajes que están poco definidos, porque la estructura es endeble. Pero lo que de verdad sorprende es que una película dirigida por una mujer, sobre un texto escrito por una mujer, y protagonizada casi por completo por mujeres, mostrando sus sentimientos, sus frustraciones, sus anhelos, esté tan lejos de cumplir el test de Bechdel.

Película La mujer que sabía leer

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