Si hacemos caso a las muy numerosas asociaciones de críticos estadounidenses, esta The Florida Project es una de las mejores películas del año pasado, una cinta que ha recibido reconocimientos y alabanzas allá donde se ha proyectado. Tanto que resulta extraño que tan solo haya recibido una nominación a los Oscar de este año, la de mejor actor de reparto para Willem Dafoe, por un papel que no puede estar más alejado del que nos tiene acostumbrado de tipo duro.
Rodada como si de un documental se tratase, continúa desarrollando su filmografía intimista, de historias pequeñas con mensaje social centrada en los más desfavorecidos, en aquellos que no suelen protagonizar las películas que nos llegan a las salas, centradas en las clases medias-altas que viven en grandes ciudades y tienen buenos trabajos, bonitas historias de amor, y son guapos y educados.
Aquí, Baker se centra en las familias a las que la precariedad tras la crisis llevó a vivir en los centenares de moteles baratos a lo largo de la autopista 192, la que rodea los parques de Disneyworld en Orlando. Moteles con colores pastel y nombres como Futureland o Magic Castle, a juego con el mundo Disney que está a pocos metros, para cuyos visitantes se construyeron, pero que han acabado situándose en realidad en los márgenes de esta vida feliz, de este mundo de fantasía. Allí (sobre)viven familias, muchas madre jóvenes y solteras con sus hijos, en los que Baker se centra y desde cuyos ojos cuenta la película.
Estados Unidos, 2017 (111′)
Dirección: Sean Baker.
Producción: Sean Baker, Chris Bergoch, Kevin Chinoy, Andrew Duncan, Alex Saks, Francesca Silvestri, Shih-Ching Tsou.
Guión: Sean Baker, Chris Bergoch.
Fotografía: Alexis Zabe.
Música: Lorne Balfe.
Montaje: Sean Baker.
Intérpretes: Broklynn Prince (Moonee), Bria Vinaite (Halley), Christopher Rivera (Scooty), Willem Dafoe (Bobby), Valeria Cotto (Jancey), Aiden Malik (Dicky), Mela Murder (Ashley), Caleb Landry Jones (Jack).
Así, seguimos los pasos de la pequeña Moonee (soberbia y magnética Broklynn Prince) y sus amigos, quienes en un caluroso verano juegan y hacen trastadas, mientras sus madres trabajan o trapichean para subsistir.
Con un estilo humanista, sin tomar partido ni resultar moralista, Sean Baker pone la cámara a la altura de los ojos de su pequeña protagonista, nos va dando la información a cuentagotas, con pequeños retazos, contrastando la crudeza de la situación en la que viven los adultos con la alegría del mundo infantil, enfrascados en querer escapar de ese mundo oscuro al que, sin saberlo, están abocados.
Magníficos intérpretes, no sólo la jovencísima Broklynn Prince, un soplo de aire fresco a la pantalla, sino también su ‘madre’, también actriz novata, Bria Vinaite, y un Willem Dafoe que se aleja de sus papeles habituales. Y también magnífico su desarrollo, su poderoso mensaje, y su final, homenaje a Los 400 golpes, que Baker rodó a escondidas en el famoso parque de Disney. Quizás sea esto lo que ha motivado el enfado de la superproductora y el que la Academia únicamente le haya dado una nominación a una película que merecía más.
