Era tan creyente, que su Dios, le ordenó matar a su hijo para demostrarle su fe. Sin resquicio de humanidad, de cariño, con argucias y engaño lo llevó al monte que él creía sagrado y, como vulgar sociópata intentó quitarle la vida. Pero en el último instante, en su enfermo cerebro retumbo una voz;
“No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ahora sé que temes a Dios, porque no me has negado ni siquiera a tu único vástago”.
Desde entonces, la relación padre e hijo nunca fue la misma…
Por muy lejos que el espíritu vaya, nunca irá más lejos que el corazón. Confucio.