Hostal La Esperanza

Lucas 2, 22-40

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CUANDO LOS ADOLESCENTES abandonan definitivamente la infancia y beben los vientos por ser «libres», paran poco en casa. Tanto que sus padres les recriminan constantemente que la casa no es un hostal, que hay momentos que hay que vivir en el hogar, que la familia se construye entre todos… Palabras llenas de sensatez y verdad que un corazón demasiado agitado no siempre puede acoger serenamente. No te preocupes, son «cosas de la edad».
Las cosas de la edad con la edad del pavo deben de pasar, aunque a veces vemos que no siempre es así. La colaboración y responsabilidad en la familia han de asumirla los jóvenes como un signo de su propia madurez, mientras más tarden en sentirse y actuar como adultos en el hogar más tiempo seguirán comportándose como «niñatos».

Pero la situación más preocupante es cuando en la pareja, el hombre, la mujer o los dos a la vez, dejan de sentir la familia como un proyecto compartido, como el hogar donde vivir el cuidado mutuo, la alegría y la mutua pertenencia. Cuando son los mayores los que sienten la casa como un hostal, tenemos un problema grave.

La familia es el lugar donde aprendemos y vivimos nuestra humanidad. Crear una familia que sea hogar, lugar de sereno descanso y de aliento de creatividad, lugar donde nos sentimos queridos por lo que somos, con nuestras limitaciones y capacidades, lugar donde se nos enseña la profundidad de la vida, la trascendencia de lo cotidiano, la cercanía entrañable de Dios. Crear familia será lo más importante que hagas en tu vida. Nunca es tarde para crear familia y nunca la familia está hecha del todo; ¡adelante!

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