Benditos de mi Padre

Mt 25,31-46

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MÁS DE 3.000 PERSONAS han muerto en el Mediterráneo en lo que va de año. En Libia, un país sin estado, los traficantes de inmigrantes están vendiendo hombres a 400 o 500 euros la «pieza», según denuncia un reportaje de la CNN, sin que se sepa cuál es su destino. Hombres, mujeres y niños sufren condiciones tan indignas de vida que se embarcan en manos de desalmados que los lanzan por la borda en cuanto se acerca la guardia civil, 3 murieron hace unos días cerca de Ceuta…
Las vidas de estas personas representan miles de motivos para denunciar que estamos viviendo en una sociedad egoísta y centrada en el dinero, indeciblemente inhumana. Pero hoy os propongo que los miremos con los ojos del Padre.

Para nosotros pueden representar una noticia pequeña en la esquina de la portada de un periódico, que nos mueve a perplejidad, compasión o rabia un instante de una jornada. Para Dios Padre son sus hijos queridos. Cada uno de ellos es un hijo al que Dios regaló la vida; cada uno de ellos es un hijo al que Dios sostuvo en su gestación y crecimiento; en todos puso el anhelo, la sed, de una vida plena; a todos respetó en su libertad para equivocarse, para ir configurando su propia historia, su propia vida; a todos les perdonó sus pecados, a todos los llamó a la bondad; a todos los ha acogido en su Reino.

«Venid vosotros benditos de mi Padre, porque tuvisteis hambre y no os dieron de comer, porque tuvisteis frío y no os arroparon, porque estuvisteis enfermos y nadie os ofreció medicinas. Venid conmigo que yo os acogeré en mi Reino. Venid, benditos míos».

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