Simplemente humanos

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(Lc 10, 25-37) LA CULTURA occidental tiene la inmensa suerte de haberse configurado desde las enseñanzas de los viejos profetas de la primera Alianza -Isaías, Jeremías, Amós, Oseas, Daniel…- y las enseñanzas y el testimonio de Jesucristo. El valor de la persona simplemente por ser persona; la llamada a cuidar del más débil, sin ninguna otra consideración; el respeto a todos, sin que sea de los nuestros, etc.; son valores inscritos a fuego de Espíritu en nuestra identidad como pueblos y como personas.

Pero no siempre respondemos a lo que somos, y podemos traicionar nuestra identidad europea, cristiana y creyente. Algo así nos está pasando con los refugiados de las guerras de la Europa oriental y los de Oriente Medio. O con el oro, los diamantes o el coltan de sangre en Centro África. O con los jóvenes sin trabajo y sin horizontes para crear su familia. A nuestros comportamientos les falta sagacidad, prudencia y audacia puesta al servicio de la humanidad.

La caridad, no es sólo una opción; es el camino para poder ser, simplemente, humanos. Esta solidaridad no podemos ni reducirla a la iniciativa individual ante lo urgente, ni enajenar nuestra responsabilidad en lo que hagan nuestros gobiernos. La parábola del buen samaritano nos llama a los cristianos a movilizarnos, junto con toda la sociedad civil, para hacer que nuestro pueblo, nuestro país, nuestra cultura responda a la llamada que nos hace, simplemente, humanos: la llamada del débil, del pobre.

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A todos nos llegará un día en el que estemos, heridos y doloridos, al borde del camino.

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