Caída al abismo

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Película EL ÍDOLOEL ÍDOLO

Basado en el libro del periodista David Walsh, que durante años defendió (e investigó) que el héroe texano del ciclismo hacía trampas, sin que nadie le hiciese caso, El ídolo cuenta el ascenso y caída de Lance Armstrong, quien después de superar un cáncer se convirtiera en el mayor ciclista de todos los tiempos ganando siete Tours de Francia consecutivos hasta que, poco después, se descubriera que, efectivamente, había ganado todos ellos utilizando drogas potenciadoras, creando todo un entramado con entrenadores, médicos, deportistas, en el que era capaz de todo por el éxito y el dinero que con él venía.

{xtypo_rounded4}Reino Unido, 201 (103′)
Título original: The program.
Dirección: Stephen Frears.
Producción: Tim Bevan, Eric Fellner, Tracey Seaward, Kate Solomon.
Guión: John Hodge, basado en el libro de David Walsh.
Fotografía: Danny Cohen.
Música: Alex Heffes.
Montaje: Valerio Bonelli.
Intérpretes: Ben Foster (Lance Armstrong), Chris O’Dowd (David Walsh), Guillaume Canet (Michele Ferrari), Jesse Plemons (Floyd Landis), Lee Pace (Bill Stapleton), Denis Ménochet (Johan Bruyneel), Edward Hogg (Frankie Andreu), Dustin Hoffman (Bob Hamman), Elaine Cassidy (Betsy Andreu), Laura Donnelly (Emma O’Reilly), Peter Wight (Director Sunday Times).{/xtypo_rounded4}

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Aunque técnicamente bien realizada, lo cierto es que la película no termina de funcionar. Ello se debe a diversos motivos. Frears no arriesga absolutamente nada en lo formal, y no aporta nada en lo argumental. Cuenta lo que ya sabíamos, sin rascar, sin escarbar, sin ir más allá en busca de alguna motivación, de una explicación, de algo que nos aporte.

La figura de Armstrong es presentada apenas sin aristas, un malo malo de manual. Es presentado como el mayor fraude de la historia del deporte, con un poder inmenso con el que controlaba todos los aspectos del mundo del ciclismo (incluso las organizaciones encargadas de vigilar el dopaje, a las que Lance financiaba con cantidades ingentes). Ni siquiera su imagen como luchador contra el cáncer a través de su organización, logra redimirle, después de ver el modo con el que trataba a sus rivales incluso en plena carrera.

Frears se centra en el terreno deportivo, dejando el familiar de lado, y llegando aquí casi a rozar el ridículo. No aparece ningún familiar, ni siquiera en la clínica, hospitalizado, en horas bajísimas, tratando de superar el cáncer. Ni siquiera en sus momentos de relax, en su mansión, donde siempre está solo. Ni una mísera foto en la que se vea a su mujer e hijos (ella solo aparece en la escena en la que se conocen y la boda, y ellos en el pódium de París; un total de poco más de treinta segundos).

No es, ni mucho menos, la mejor cinta de Frears. Una biopic del montón en la que no arriesga nada. Quizás la elección de casting no sea la más acertada, y el modo de contarlo, para qué negarlo, tampoco.

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