¿Cuál es tu momento?

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(Marcos 9, 30-37) EN NINGÚN momento de la vida de Jesucristo resonó con tanta fuerza la palabra: “Abba, Padre”, como en el huerto de los Olivos, cuando la cercanía de la muerte y los sufrimientos de la pasión se cernían sobre él. Sabía que iba a ocurrir, pero llegado el momento tocaba vivirlo sin negar sus propios sentimientos.

Enseñó a sus discípulos la oración del Padre nuestro, entregándoles la llave de la puerta de la vida. Los trató como hermanos, desde el más encumbrado hasta el último mendigo de Jerusalén. Les hizo ver una manera nueva de afrontar los problemas de la vida, desde la confianza más plena; y de acoger la mirada de quien tenemos enfrente, con limpieza y serenidad de corazón. Los llamó a colaborar con el proyecto de Dios para con la humanidad, a construir un Reino de paz, justicia y amor.

Los discípulos lo escuchaban, querían aprender; pero a todos nos resulta más fácil asumir un encargo que vivir como hijos y hermanos. Querían cargos, protagonismos, responsabilidades por encima de los demás; querían disponer de la vida de los otros; creían saber lo que a los demás les conviene. ¿No es algo así lo que quiso decir con “seréis pescadores de hombres”?… Pero en el Evangelio no hay llamada a ser pescador de hombres sin reconocerse hijo de Dios y hermanos de los últimos. No hay llamada que no sea para estar al servicio; no hay llamada que no traiga cruz. Y es en ese momento, cuando la experiencia de la paternidad de Dios, de que el Padre está a nuestro lado pase lo que pase, adquiere toda su hondura y trascendencia.

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¿Cuál es tu momento en la relación con el Padre, en tu experiencia de vida?: ¿En la llamada? ¿Creyéndote “alguien”, con toda la buena intención? ¿Asumiendo ya la cruz?

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