Todo nacimiento es un milagro

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(Lucas 2,22-40) TODO NACIMIENTO es un milagro. Hay, también, personas que, sin que sepamos cómo y porqué, sin que su educación lo presagiara, ni las condiciones sociales invitaran a imaginarlo, se convierten en fuente de esperanza para muchos. La Biblia interpreta esta experiencia humana como una intervención personal de Dios en la historia de su pueblo.

Abraham y Sara, los padres de Isaac; Manoaj y su mujer, los padres de Sansón; Elcaná y Ana, los padres de Samuel;  Zacarías e Isabel, los padres de Juan el Bautista; son testigos en primera persona del don que es tener un hijo, cuando todo estaba en contra, y ver que ese hijo se convertía en esperanza y alegría de muchos. Ellos descubrieron que la mano poderosa de Dios alentaba el don de la Vida a través de su cariño y sus caricias, de su vida sencilla y de su fe.

La vida de Jesús, el hijo de María, es experimentada por todos nosotros como el camino por el que Dios nos muestra su amor de Padre. José y María, los padres de Jesús, contemplaron con sorpresa, admiración y, a veces con estupor, lo que Dios Padre iba haciendo en su Hijo. Ellos más que instrumentos de la mano de Dios sentían que contemplaban acontecimientos que superaba lo que podían comprender (“y María guardaba todas estas cosas en su corazón”).

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Somos hijos de Dios en Cristo Jesús. El Padre de Nuestro Señor Jesucristo nos llama a todos a ser orgullo de nuestros padres y alegría para los que nos rodean. Cada uno de nosotros tiene que encontrar (y a veces inventar, que somos llamados en libertad) la misión que manifiesta porqué somos especiales y únicos a los ojos de Dios y de los que nos quieren.

 

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