La mirada vacía

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Desde que perdió su último empleo hacia más de tres años y lo abandono su mujer por otro hombre llevándose a los niños, si no estaba releyendo Firmin: Aventuras de una alimaña humana, de Sam Savage, libro que le recomendó su vecino Manuel Castillo, un peligroso adicto a la literatura al que las autoridades deberían detener.

Gran parte de sus indolentes días los pasaba frente al televisor viendo el canal de información, era como un adicto a las noticias. Sin familia ni los amigos que nunca había tenido,  se convirtió en un lobo solitario que culpaba de todos sus problemas a los políticos que continuamente llenaban los contenidos de la información. Incluso les había puesto sobrenombres: al presidente del gobierno el canalla, al ministro de economía la rata, a la ministra de trabajo la bienpagá, al jefe de la oposición el desaparecido.

A veces tenia momentos de lucidez, y se daba cuenta que se había convertido en un extremista social. Un antisistema, parecido al pirado de su vecino que prestaba libros por doquier; él, que siempre había sido una persona de ley y orden, que maquinalmente leía la prensa de derechas. Y, a pesar de sus principios religiosos le subía una mala sangre asesina. Aunque rápidamente volvía a caer en la marginación intelectual de sus recuerdos oníricos, la felicidad vivida, su familia perfecta y el cuento de hadas de su anterior vida. Susurrando ¿Porque me ha pasado esto? se quedaba con la mirada vacía… mientras sonaba de fondo aquella canción que tantas veces había escuchado abrazado ella: Stolen child, de la incomparable  Lorena Mckeennitt.

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«Siempre hay que perdonar a los que sufren». A. Casona

 

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