El cambio empieza por Europa

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Un fantasma recorre Europa, y esta vez no es el comunismo, sino el populismo trasnochado y de tintes muchas veces xenófobos. Lo estamos viendo en el surgir o resurgir de partidos de extrema derecha en todo el continente.

Es un fantasma que no es difícil relacionar con la pérdida de seguridad en su futuro de las clases medias, la creciente precarización laboral, la obscena desigualdad en el reparto de la riqueza, la sensación que tiene la mayoría de que la llamada globalización sólo beneficia a unos pocos.

Muchos de esos movimientos populistas ultraconservadores –los hay también de izquierdas– propugnan la salida más fácil, como sería el abandono del euro y la recuperación de la competitividad perdida mediante la depreciación de las monedas nacionales, que sustituiría a la actual devaluación de los salarios.

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Es una salida compleja y peligrosa en un mundo en el que, querámoslo o no, todo está interrelacionado, y los capitales –eso que llaman los mercados financieros- campan a sus anchas sin que nadie desde la política parezca decidido a llamarlos al orden.

Los socialistas europeos no podemos seguir asistiendo casi impasibles a un proceso de desmantelamiento del tejido productivo, acelerado por la deslocalización de las empresas, siempre a la búsqueda de nuevos horizontes donde generar el máximo de beneficios para sus accionistas sin que parezcan importarles las consecuencias sociales y económicas de esos actos.

Una política realmente democrática no puede seguir tolerando una situación en la que las empresas, en lugar de reinvertir muchas veces sus beneficios en la producción, se dedican a repartirlos entre sus directivos y accionistas, o recompran sus propias acciones para aumentar únicamente su valor bursátil.

Como critica acertadamente un pensador de izquierdas como es Étienne Balibar, la revolución conservadora en curso, impulsada –decimos nosotros, desde la Alemania de Angela Merkel y seguidas al pie de la letra por otros como la España de Rajoy– tiene que tener enfrente un «auge simultáneo de las opiniones públicas mayoritarias a favor de una reestructuración de las prioridades europeas».

Prioridades que para los socialistas deberían ser el empleo, la mejor formación de los jóvenes para su posterior inserción en el mercado de trabajo, la reducción de las desigualdades y un reparto de las cargas fiscales mucho más equitativo que sirva para financiar nuestros Estados sociales.

El problema, como apunta también Balibar al analizar las causas de la crisis, es que Europa se ha puesto a «funcionar deliberadamente como un instrumento de penetración de la competencia mundial en el corazón» de su espacio, «prohibiendo las transferencias entre territorios, rechazando toda armonización desde arriba de los derechos y los niveles de vida, y haciendo de cada Estado miembro un depredador potencial de sus vecinos».

Y esa Europa conservadora, egoísta e insolidaria, esa dictadura de los mercados financieros, tolerada e impulsada por la mayoría de partidos conservadores como el PP de España, a los que hemos elegido los propios ciudadanos, es la que hay que empezar a combatir desde las urnas y no desde la abstención en las próximas elecciones europeas.

 

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