La fuerza de Elías

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(Mateo 17,1-9) “CUANDO ME LO dijeron se me cayó el mundo encima. Menos mal que ya te habíamos puesto nombre: Si es niño lo llamamos Elías. Pero el médico te nombró como si fueras un síndrome. Menos mal que te habíamos puesto nombre.

En aquel momento no reaccioné; no podía hacerme a la idea. Después sentí que un fuego ardiente había arrasado todas las ilusiones que me había hecho. Eras el tercero, y llegaste sin pensarlo; tus dos hermanas ya eran casi adolescentes.

Cuando supe que estaba embarazada todo un torrente de nuevas ilusiones me hicieron rejuvenecer, como si volviera a los veinte y pico. Pero cuando te nombraron con aquel nombre todas las expectativas se borraron. Se iniciaba un calvario de médicos, de sesiones de estimulación sin fin y de inseguridad por saber en qué grado ibas a ser dependiente…

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Todavía en muchos momentos me invade esa nausea con que nos muerde la inseguridad. Pero ya lo tengo aprendido: doy un paseo, dejo que la brisa o el sol me acaricie el rostro, y el amor a la vida que nos contagias vuelve a adueñarse por completo de mi corazón.

Porque eres, en verdad, terrible, Elías. No hay niño del barrio que no te conozca; ni abuelo o madre que no te mire sonriendo. Contigo nunca puedo sentir que envejezco, ni me preocupan las banalidades de las cuarentonas de mi edad; a todos nos has hecho luchadores por un mundo más justo donde los más débiles tengan sus derechos. Has barrido de nuestra vida todos los ídolos y has puesto en el centro al Dios de la Vida. Llegarán momentos duros, durísimos; lo sé; pero tú nos has enseñado a vivir el presente”.

 

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