Lo que no dijo

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(Mateo 4,12-23) CUANDO JESÚS llama a sus discípulos no dijo: “Veníos conmigo que no quiero que vayáis al infierno”. Naturalmente que Jesús no quería que la vida de sus discípulos se perdiera entre la superficialidad y el pecado, considerando que ellos se lo merecían todo y los demás tenían que estar a su servicio. Pero su llamada no era, en primer término, una llamada para la vida después de la muerte. Su llamada era para una misión en esta vida.

Tampoco dijo: “Veníos conmigo que voy a dar un sentido nuevo a vuestra vida”. Naturalmente que su vida iba a tener un sentido nuevo, pero no los llamaba con una finalidad individualista en la que el problema de su propia vida fuera lo más importante. Su llamada era para realizar una misión en medio de su pueblo, entre la gente de su pueblo.
Alguno hubiera querido que Jesús hubiera dicho: “Veníos conmigo que tengo que fundar la religión verdadera, con unos ritos, unos dogmas y una institución sacerdotal que perduren por los siglos de los siglos”. Pero no lo dijo.

Lo que dijo fue: “Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres”. Porque en su pueblo había muchos ahogándose en el mar de la marginación y del desprecio; había muchos que se sentían lejos del amor de Dios por la ambigüedad de su vida; había muchos que estaban arruinando su vida y la de sus hermanos por no experimentar el verdadero amor de Dios.

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Y Jesús llama a sus discípulos para iniciar un movimiento de auténtica liberación de su pueblo. Un movimiento que lo liberara de la injusticia y la opresión, de la mentira y la violencia, de la falsedad y el engaño. Un movimiento que rescatara todo lo bueno, que es mucho, que el Padre siembra en el corazón de los sencillos. Los llamó a vivir en comunión con Él, sirviendo a los más débiles, a los más pobres.

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