Ser el primero o primero ser

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(Marcos 10,31-45) Mendigamos reconocimiento para poder vivir en aparente paz con nosotros mismos. Buscamos, ansiosos, la aprobación de los demás para “ganarnos” nuestra dignidad. Nos desvivimos para quedar por encima de los que nos rodean para poder vivir en aparente satisfacción personal. Lo llamamos auto-estima, pero son los halagos de los demás los que nos hacen sentir nuestra valía. Contradicción de criaturas.

Hace años realicé con niños de catequesis una pequeña dinámica. Les invité a que dibujaran una casa, la que ellos quisieran, la que ellos desearan. En sus dibujos aparecieron sorprendentes detalles de su visión de la vida y de sí mismos. Uno de los chavales dibujó una casa muy simple; el único detalle que sobresalía era el número que había puesto a su casa: el número uno. El chaval se empeñó durante muchos años en ser el número uno; como no acertaba a serlo en lo positivo se convirtió en el número uno en todo lo malo que alcanzaba a hacer.

Qué difícil se nos hace querernos a nosotros mismos; aceptar nuestras limitaciones y debilidades, sin conformarnos con ellas. Qué difícilmente nos miramos como nos mira el Padre, como a hijos queridos a los que quiere animar hacia el bien y la felicidad. En vez de esto andamos comparándonos y juzgándonos, acabando por condenar siempre a los demás; queriendo imponer a los que podemos nuestra voluntad. Contradicción de criaturas.

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Perseguimos ser los primeros, y se nos olvida ser nosotros mismos. Quien se sabe apreciado, y llamado y elegido, por Jesús alcanza la libertad personal para estar al servicio de todos: la plenitud de persona.

 

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