Allen es Allen

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Es llegar el otoño y estrenarse la nueva película de Woody Allen. No falla. Es la cita ineludible de cada año, que muchos esperamos como agua de mayo porque, aunque a veces no alcance el genio del que es capaz y que muchas veces nos ha enamorado, Allen siempre es Allen, y  siempre estará por encima de la morralla que nos hacen tragar los grandes estudios cada semana. Aquí, el maestro de Manhattan se presta a otra de sus cintas de viajes (a las que se ha entregado en los últimos años, ya que en Hollywood no parecen estar muy por la labor de financiarle) y se marcha a Roma, la ciudad eterna, presentándonos muchos de los tópicos sobre sus habitantes y realizando un compendio de postales turísticas en las que inserta a sus personajes, en unas ocasiones con más acierto que otras, y utilizando el cine de episodios que tan típico fue del cine italiano hace unas décadas.
Son cuatro las historias que mezcla Allen en el filme, que intenta tejer un tapiz de relaciones y sentimientos en la capital italiana. La de un hombre que canta ópera como los dioses, pero sólo en la ducha, y un músico jubilado intenta convencerlo para llevarle a los escenarios, mientras sus respectivos hijos preparan su boda; la de una pareja de recién casados de provincias que llega a la capital para intentar conseguir trabajo en la empresa de los remilgados tíos de él; la de una joven pareja de americanos que recibe la visita de la deshinibida amiga de ella y dinamitará la relación; y la de un hombre normal que empieza a ser perseguido por la prensa, las cámaras, y a ser conocido por todo el mundo, sin que haya hecho nada para ello.
Woody Allen ha llegado a un momento en el que hace lo que le sale de las narices, sin preocuparse de nada más. En realidad siempre lo ha hecho. Aunque en los últimos años es aún más evidente si cabe. En esta cinta se permite rodar con desgana en ciertos momentos. A veces un poco deslavazadamente. Con argumentos que rozan lo inverosímil. Manejando el tiempo a su antojo, y como mejor le venga en cada situación.
A pesar de que las cuatro historias están narradas en paralelo, yendo simultáneamente de una a otra, en realidad no suceden así. Es más, ni siquiera tienen la misma duración (la historia de los recién casados, por ejemplo, transcurre en un sólo día; la de la pareja de enamorados y sus padres (el cantante y el músico jubilado, en unos pocos meses). Pero el personaje más curioso (por el tratamiento que se le da) es el que interpreta Alec Baldwin: un reputado arquitecto en vacaciones, que vivió en Roma treinta años atrás, que se encuentra con Jesse Eisenberg, estudiante de arquitectura, convirtiéndose  en una especie de Pepito Grillo, en la voz de su conciencia, en su ángel de la guarda, a la vez que de los demás personajes que le rodean. Porque es su vida la que está reviviendo.
Y esta es la clave. Aunque tiene algunos momentos divertidos, al espectador le ocurre como a Baldwin, que todo suena terriblemente a ya visto, siempre hay una sensación de déjà-vu que no nos abandona en ningún momento.

1501A ROMA CON AMOR

Es llegar el otoño y estrenarse la nueva película de Woody Allen. No falla. Es la cita ineludible de cada año, que muchos esperamos como agua de mayo porque, aunque a veces no alcance el genio del que es capaz y que muchas veces nos ha enamorado, Allen siempre es Allen, y  siempre estará por encima de la morralla que nos hacen tragar los grandes estudios cada semana.

 

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{xtypo_code} España-Italia-Estados Unidos, 2012 (111′)

Título original: To Rome with love.

Escrita y dirigida: Woody Allen.

Producción: Faruk Alatan, Letty Aronson, Giampaolo Letta, Stephen Tenenbaum.

Fotografía: Darius Khondji.

Montaje: Alisa Lepselter.

Intérpretes: Woody Allen (Jerry), Judy Davis (Phyllis), Alison Pill (Hayley), Flavio Parenti (Michelangelo), Fabio Armiliato (Giancarlo), Roberto Benigni (Leopoldo), Monica Napo (Sofia), Sergio Solli (Chófer), Marta Zoffoli (Marisa Raguso), Alessandro Tiberi (Antonio), Alessandra Mastronardi (Milly), Penélope Cruz (Anna), Antonio Albanese (Luca Salta), Ornella Muti (Pia Fusari), Roberto Della Casa (Tío Paolo), Ariella Reggio (Tía Rita), Jesse Eisenberg (Jack), Alec Baldwin (John), Ellen Page (Monica), Greta Gerwig (Sally), Carol Alt  (Carol).{/xtypo_code}

 

Aquí, el maestro de Manhattan se presta a otra de sus cintas de viajes (a las que se ha entregado en los últimos años, ya que en Hollywood no parecen estar muy por la labor de financiarle) y se marcha a Roma, la ciudad eterna, presentándonos muchos de los tópicos sobre sus habitantes y realizando un compendio de postales turísticas en las que inserta a sus personajes, en unas ocasiones con más acierto que otras, y utilizando el cine de episodios que tan típico fue del cine italiano hace unas décadas.

Son cuatro las historias que mezcla Allen en el filme, que intenta tejer un tapiz de relaciones y sentimientos en la capital italiana. La de un hombre que canta ópera como los dioses, pero sólo en la ducha, y un músico jubilado intenta convencerlo para llevarle a los escenarios, mientras sus respectivos hijos preparan su boda; la de una pareja de recién casados de provincias que llega a la capital para intentar conseguir trabajo en la empresa de los remilgados tíos de él; la de una joven pareja de americanos que recibe la visita de la deshinibida amiga de ella y dinamitará la relación; y la de un hombre normal que empieza a ser perseguido por la prensa, las cámaras, y a ser conocido por todo el mundo, sin que haya hecho nada para ello.

Woody Allen ha llegado a un momento en el que hace lo que le sale de las narices, sin preocuparse de nada más. En realidad siempre lo ha hecho. Aunque en los últimos años es aún más evidente si cabe. En esta cinta se permite rodar con desgana en ciertos momentos. A veces un poco deslavazadamente. Con argumentos que rozan lo inverosímil. Manejando el tiempo a su antojo, y como mejor le venga en cada situación.

A pesar de que las cuatro historias están narradas en paralelo, yendo simultáneamente de una a otra, en realidad no suceden así. Es más, ni siquiera tienen la misma duración (la historia de los recién casados, por ejemplo, transcurre en un sólo día; la de la pareja de enamorados y sus padres (el cantante y el músico jubilado, en unos pocos meses). Pero el personaje más curioso (por el tratamiento que se le da) es el que interpreta Alec Baldwin: un reputado arquitecto en vacaciones, que vivió en Roma treinta años atrás, que se encuentra con Jesse Eisenberg, estudiante de arquitectura, convirtiéndose  en una especie de Pepito Grillo, en la voz de su conciencia, en su ángel de la guarda, a la vez que de los demás personajes que le rodean. Porque es su vida la que está reviviendo.Y esta es la clave. Aunque tiene algunos momentos divertidos, al espectador le ocurre como a Baldwin, que todo suena terriblemente a ya visto, siempre hay una sensación de déjà-vu que no nos abandona en ningún momento.

 

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