Austeridad

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Empieza el curso y con este una de las muchas cuestas del empinado declive que llevamos en descenso durante los últimos años. Contamos entre nosotros con algunas experimentadas familias que, no sin esfuerzo, llevan apretándose el cinturón demasiado tiempo, pero por desgracia además, comienzan a aparecer multitudes de novatos en materia del ahorro forzoso.
Las fuerzas están flaqueando peligrosamente para los primeros, que lejos de acostumbrarse a la situación reinante, luchan día a día por alimentar a las siguientes generaciones que en el mejor de los casos, están resignados en «curritos» de condiciones dudosamente dignas o incluso en sus propias casas amordazados ante las perspectivas de futuro que se les plantéan. Y es que debemos empezar a reflexionar en qué repercuten las decisiones precipitadas y drásticas impuestas en pro de” malsolventar “esta crisis económica, en aquellos que precisamente ahora se suben a la ola de pobreza que amenaza con desolar el panorama profesional y académico de este país. Porque nos hallamos en un círculo vicioso, donde las aulas se masifican, la formación no es rentable, y las expectativas de un buen empleo que facilite la financiación de esas nuevas mentes ansiosas de mejorar el mundo, las desperdiciamos sin remedio, al verlos partir al extranjero en busca de nuevas oportunidades.
En el mejor caso, de contar con una beca o alguna ayuda de esas que paulatinamente han ido desapareciendo y que se echan como la lotería, no es equiparable a la subida de los precios tanto en el transporte público como en el combustible, ni cubre el desembolso en material escolar. Las facturas por el contrario, sí cubren por completo los sueldos mileuristas con los que se obsequia a los pocos privilegiados que conservan su puesto laboral a final de mes, un mes más.
Lo peor es ver en los ojos de amigos y vecinos la resignación que les arrastra hacia sus rutinas día tras otro, pidiendo únicamente que les dejen vivir en paz y que si al menos la situación no mejora, dejen las cosas como están. Darte cuenta de cómo sobreviven aferrándose a un clavo ardiendo aguardando a que escampe el temporal; observarles levantando tres veces su peso como hormigas que llevan sus migajas al hogar.
No frivolicen pues al pedir austeridad, sino anímense a comprobar de primera mano las condiciones de aquellos que no tienen seguro médico privado, ni coche oficial, ni trajes caros. Tal vez, con conocimiento de causa puedan caer en la cuenta, por el contrario, de que lo absolutamente imprescindible ahora es la generosidad y la buena voluntad de todos los que necesitamos unos cuantos cambios, y que la recompensa por mantenernos fuertes no debe ser pisarnos, sino empujarnos juntos hacia delante.

Empieza el curso y con este una de las muchas cuestas del empinado declive que llevamos en descenso durante los últimos años. Contamos entre nosotros con algunas experimentadas familias que, no sin esfuerzo, llevan apretándose el cinturón demasiado tiempo, pero por desgracia además, comienzan a aparecer multitudes de novatos en materia del ahorro forzoso.Las fuerzas están flaqueando peligrosamente para los primeros, que lejos de acostumbrarse a la situación reinante, luchan día a día por alimentar a las siguientes generaciones que en el mejor de los casos, están resignados en «curritos» de condiciones dudosamente dignas o incluso en sus propias casas amordazados ante las perspectivas de futuro que se les plantéan.

 

Y es que debemos empezar a reflexionar en qué repercuten las decisiones precipitadas y drásticas impuestas en pro de” malsolventar “esta crisis económica, en aquellos que precisamente ahora se suben a la ola de pobreza que amenaza con desolar el panorama profesional y académico de este país. Porque nos hallamos en un círculo vicioso, donde las aulas se masifican, la formación no es rentable, y las expectativas de un buen empleo que facilite la financiación de esas nuevas mentes ansiosas de mejorar el mundo, las desperdiciamos sin remedio, al verlos partir al extranjero en busca de nuevas oportunidades.

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En el mejor caso, de contar con una beca o alguna ayuda de esas que paulatinamente han ido desapareciendo y que se echan como la lotería, no es equiparable a la subida de los precios tanto en el transporte público como en el combustible, ni cubre el desembolso en material escolar. Las facturas por el contrario, sí cubren por completo los sueldos mileuristas con los que se obsequia a los pocos privilegiados que conservan su puesto laboral a final de mes, un mes más.

Lo peor es ver en los ojos de amigos y vecinos la resignación que les arrastra hacia sus rutinas día tras otro, pidiendo únicamente que les dejen vivir en paz y que si al menos la situación no mejora, dejen las cosas como están. Darte cuenta de cómo sobreviven aferrándose a un clavo ardiendo aguardando a que escampe el temporal; observarles levantando tres veces su peso como hormigas que llevan sus migajas al hogar.

No frivolicen pues al pedir austeridad, sino anímense a comprobar de primera mano las condiciones de aquellos que no tienen seguro médico privado, ni coche oficial, ni trajes caros. Tal vez, con conocimiento de causa puedan caer en la cuenta, por el contrario, de que lo absolutamente imprescindible ahora es la generosidad y la buena voluntad de todos los que necesitamos unos cuantos cambios, y que la recompensa por mantenernos fuertes no debe ser pisarnos, sino empujarnos juntos hacia delante.

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