No hace falta que lo digas

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Cuando una persona quiere a otra no hace falta que lo diga. Se le nota en la forma de mirarle, de hablarle, de sentarse a su lado. Hasta en cómo pronuncia su nombre se nota el amor que siente… Y no te sonrías pensando que sólo les ocurre a los adolescentes primerizos. A todos se nos nota a quién queremos.
Pero el signo que mejor revela nuestro amor es la capacidad que tenemos de sacrificarnos por el otro. Por aquel a quien amas eres capaz de sacrificarte, de renunciar a lo que te gusta, a tu comodidad, de renunciar incluso a lo que necesitas. Y esto es tan verdad que si no eres capaz de sacrificarte por la otra persona –o lo haces refunfuñando y a la fuerza–, no la amas. Es tu amor mero remedo inmaduro y falso. Es verdad que el amor es fundamentalmente felicidad y vida plena. Es verdad que es dulzura y alegría compartida. Es verdad. Pero si tu amor no pasa la prueba del dolor no deja de ser búsqueda de la propia satisfacción.
En el evangelio del domingo Jesús nos revela, a través de la sinceridad de Pedro, otra dimensión más alta del amor: cuando amo más profundamente acepto, con dolor y agradecimiento, que el otro se sacrifique por mí. Puede parecer un contrasentido, pero no lo es. Piénsalo.
Y piensa también cómo vivir, en la verdad de la entrega, el amor a tus padres, a tu pareja, a tus hijos; cómo vivir, en la verdad, tu fe en Jesucristo, tu compromiso con los más pobres, que no es sino otra forma de amar.
Es tan hermoso, para Jesús, contemplar tu entrega y tu sacrificio por amor… Que aceptes, admirado, agradecido, sobrecogido, el sacrificio que por ti, el mismo, realizó.

(Mateo 3,1-12) Cuando una persona quiere a otra no hace falta que lo diga. Se le nota en la forma de mirarle, de hablarle, de sentarse a su lado. Hasta en cómo pronuncia su nombre se nota el amor que siente… Y no te sonrías pensando que sólo les ocurre a los adolescentes primerizos.

 

A todos se nos nota a quién queremos. Pero el signo que mejor revela nuestro amor es la capacidad que tenemos de sacrificarnos por el otro. Por aquel a quien amas eres capaz de sacrificarte, de renunciar a lo que te gusta, a tu comodidad, de renunciar incluso a lo que necesitas. Y esto es tan verdad que si no eres capaz de sacrificarte por la otra persona –o lo haces refunfuñando y a la fuerza–, no la amas. Es tu amor mero remedo inmaduro y falso.

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Es verdad que el amor es fundamentalmente felicidad y vida plena. Es verdad que es dulzura y alegría compartida. Es verdad. Pero si tu amor no pasa la prueba del dolor no deja de ser búsqueda de la propia satisfacción.En el evangelio del domingo Jesús nos revela, a través de la sinceridad de Pedro, otra dimensión más alta del amor: cuando amo más profundamente acepto, con dolor y agradecimiento, que el otro se sacrifique por mí.

Puede parecer un contrasentido, pero no lo es. Piénsalo.Y piensa también cómo vivir, en la verdad de la entrega, el amor a tus padres, a tu pareja, a tus hijos; cómo vivir, en la verdad, tu fe en Jesucristo, tu compromiso con los más pobres, que no es sino otra forma de amar.Es tan hermoso, para Jesús, contemplar tu entrega y tu sacrificio por amor… Que aceptes, admirado, agradecido, sobrecogido, el sacrificio que por ti, el mismo, realizó.

 

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