Recortar recortables

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Cuando fuimos pequeños los que ahora contamos los años por periodos largos teníamos un juego bastante inocente pero no menos ilustrativo con el que aprendimos mucho de los estilos arquitectónicos de monumentos famosos en el mundo, de indumentarias, de carros y carrozas, de árboles, de campesinos y sus aperos, de soldados de todas las épocas, automóviles. Tanto cuanto la imaginación y la gracia de los dibujantes ofrecían. Lo llamábamos recortables. Venían dibujados y coloreados en papel consistente y los dibujos estaban provistos de las pestañas necesarias para encolar, de manera que al recortar y encontrar a sus opuesto o colindantes fuera posible adherirlas para formar la imagen o el dibujo que allí se representaba.

Teníamos que recortar con mucho cuidado para no desmochar el Baptisterio de Parma o la Torre del Castillo de Praga o la Giralda de Sevilla. Era muy importante no recortar aquello que no se debía recortar. En cuanto al pegamento, se utilizaba algo de buena calidad de forma que las figuras tuvieran el sustento y la energía necesaria para mantenerse en pie y no caer por los suelos derrotadas. En todo caso, puestos a cometer errores, disponíamos de entes más o menos vitales y no era lo mismo cortar la cabeza a un personaje, que recortar sin deber algún habitáculo menor de Santa Sofía. Éramos muy cuidadosos de esas prioridades. Algunos recortables nos daban las bases para donde situar cada imagen, pero estos no eran los mejores, sino que preferíamos actualizar sus movimientos según nuestros deseos. Lo justo era que la belleza del conjunto valía más que cualquier individualidad sin menoscabo de la libertad de ninguna de las partes. Una libertad que en el juego estaba moderada por la necesidad de la totalidad.

Cuando la obra estaba terminada, corríamos a mostrarla a nuestros padres, a los hermanos y amigos y por un tiempo se exponía en algún lugar de la casa.

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Desde pequeños aprendimos con este sencillo juego a trabajar de manera empírica, como en un pequeño taller comunitario y dialogante. Contemplar y no dejar caer, no recortar sin mesura a los campesinos o los urbanitas, los bellos edificios, los árboles, por faltar los cuidados necesarios. Aprendimos a hacer un mundo de papel, pero en el que -el papel- estaba bien repartido y nada ni nadie sufría consecuencias nefastas en ningún momento de un desorden establecido sin miramientos.

 

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