El signo de la oración

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(Juan 15, 1-8) OTRO DE de los signos de la resurrección de Jesucristo en la comunidad cristiana es el signo de la oración. La experiencia de intimidad serena con Jesucristo, en la que le expresamos todo lo que somos y vivimos, y en la que él nos acoge y nos renueva, es uno de los signos más importantes para creer que Jesucristo, no sólo ha resucitado, sino que es la Fuente de la Vida Plena.

Sin oración personal no hay vida cristiana. La oración es índice de nuestra fe. Quien no reza no tiene fe o acaba por abandonarla. Cuando una comunidad cristiana puede invitar a vivir momentos profundos de oración, ofrece un ámbito privilegiado para encontrarse con Jesucristo e iniciarse en su seguimiento. Sin embargo, nuestras parroquias no siempre son lugares de oración. No siempre hay silencio en los templos antes y después de la celebración; no hay muchos momentos de oración comunitaria, verdaderamente comunitaria; hay pocos ofrecimientos de procesos de iniciación a la oración. Los sacerdotes no siempre podemos decir que somos maestros de oración…

Quizás la oración no se haya valorado lo suficiente porque se ha vinculado a grupos sin incidencia pastoral; con formas y maneras poco actuales, más preocupadas por el ritual que por iniciar en el misterio gratuito de bondad que es Dios; y porque los cristianos no nos vemos nunca rezar unos a otros.

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“El que permanece en mí y yo en él dará fruto abundante”, esa es también tu experiencia: cada vez que has pasado tu vida por el corazón del Padre, has salido tan renovado de esa experiencia que te has encontrado con más ganas que nunca de amar, de comprometerte con tu fe, y de renovar tu seguimiento de Cristo.

 

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