A todos los que amáis la poesía
y habéis seguido fieles a La Glosa;
a los buenos lectores de esta honrosa
forma antigua en que hablar del día a día;
a aquellos que jamás versos leyeron
y que, al son de un poema semanal,
supieron que es, la rima, catedral
de un lenguaje al que aquí redescubrieron;
a cada actualidad, cada argumento
que fuera el esqueleto y las razones
de algunos cientos de composiciones
escritas, muchas de ellas, al momento;
a todo el que sintiérase agraviado
por cuanto pudo hallar en ciertas rimas
—me siendo arrendatario de su estima
por sentir cada verso dedicado—;
a La Semana por su confianza
sin tardanzas, ni tachas, ni fisuras,
dando a mi través pie a la cultura
—en tiempos de otros vientos y balanzas…—;
a cualquier allegado que sufriera
las críticas que en mí se hallan cernido,
sabiendo siempre estar bien precavidos
de nunca interferir en mis fronteras;
a todos —de los que hoy ya me despido—:
mil gracias, pues me hicisteis escritor;
que sólo ha de llamarse así el autor
tantas veces, por tantos, tan leído.