La buena noticia

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(Lucas 2,1-14) Cientos de ángeles prorrumpieron en cantos de alabanza y de paz cuando uno de ellos, sencillamente, dijo: «Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». ¿Por qué es tan buena la noticia de que Dios mismo se ha hecho niño?

Con el afán de modernidad y progresismo hay quien ha hecho belenes sin nacimiento. «Paisajes invernales» los llamaba, para evitar las palabras Belén, Nacimiento, Navidad o Jesucristo. Cuando uno lo veía se le quedaba la amarga sensación de que lo más importante se nos había hurtado. Porque lo más importante de un Nacimiento no es la habilidad de quien lo hace, sino el cariño que despierta y con el que se mira. ¿Por qué es tan grande que Dios se haya hecho niño, niño de familia pobre, niño de familia desvalida y emigrada?

Tantas respuestas necesita esta pregunta que hasta miedo da plantearla. Quizás la mejor respuesta es la que cada uno nos demos en este momento de nuestra vida. El misterio del Nacimiento es tan desbordante y tan cercano que en cada Navidad y en cada persona ilumina de una manera distinta. El Dios a quien los cielos no podían contener, una mujer lo concibió en su vientre, lo acunó en su regazo y le dio a mamar de sus pechos… Nada extraño ni sorprendente había en aquel niño, y, sin embargo, Dios acogía toda nuestra realidad humana, y la llevaba a una ultimidad desconcertante. ¿Daría igual que todo fuera un mero engaño? (…) Quizás la pregunta esté mal hecha, os la hago de nuevo: ¿Para quién es importante que Dios nazca hecho niño?

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