La llave de la Esperanza

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(Mateo 1,18-24) Un vagabundo se encontró un día una hermosa casa. En la fachada principal de la casa se leía en un cartel grande: «Seré de quien consiga encontrar la llave de mi puerta». Miles de llaves se veían esparcidas por todos los rincones. Y en la puerta un discreto letrero dibujaba hermosamente la palabra «Esperanza». Lleno de admiración por su propia suerte, el vagabundo se puso a buscar la llave de la puerta. Pero, había tantas… En una se leía esfuerzo, en otra trabajo; en las de más allá dinero, poder, prestigio; había llaves que tenían dibujado a un dios con barbas blancas, otra a un demonio con rostro perverso… ¿Cuál escoger?

La madre de Antonio preguntó: «¿Hay alguna con la palabra «renuncia»?». Otras personas más estudiadas se sorprendieron: «¿Por qué preguntas eso? Quien tiene esperanza no renuncia a nada».  Ella, casi pidiendo perdón con la mirada, dijo: «Sólo el que es capaz de renunciar a lo que espera puede acoger lo inesperado. Hay veces que estamos tan ocupados en realizar lo que queremos que lo más hermoso pasa a nuestro lado sin que lo veamos. Para el que ha renunciado, hasta lo que tiene por derecho le parece un regalo inmenso. Para el que ha renunciado, toda la vida es un hermoso regalo por el que dar las gracias. Sólo el que renuncia de corazón a la seguridad en lo que tiene puede acoger el amor inagotable que nos anunció Jesucristo. ¿No renunció él a todo, y, por eso, lo más grande le fue dado?».

El vagabundo cogió la llave de la renuncia y se dirigió hacia la puerta; pero antes miró por la ventana. Lo primero que se veía era el Belén iluminado con cuatro velas sorprendidas.

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