Desesperanza

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(Mateo 3,1-12) La fe es como una fábrica de sueños; la desesperanza es una pesadilla. Viene enmascarada de realismo y de lucidez, pero es ciega, torpe y destructiva. ¡Qué maduro e inteligente parece el que ve todas las dificultades a cualquier proyecto sin atreverse a proponer nunca nada!

El camino de la desesperanza puede tener muchos comienzos, pero siempre acaba en el mismo sitio, en el «no»: no puedo, no es posible, no lo intentes; en el «no vivas que yo ya me conformo con enmascarar mi vaciedad».

Uno de los comienzos preferidos de la desesperanza es el orgullo. En cuanto se descuida, el que cree se cree superior a los demás y autosuficiente para vivir, se encuentra con su propia realidad que es, como la de todos, insignificante, pobre y débil. Derribada nuestra torre de naipes nos parece que ya nada tiene sentido.
Otro de sus comienzos preferidos es echarle la culpa a los otros de alguna de las desgracias de nuestra vida, y no dejar de darle vueltas a su torpeza o maldad.

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Siempre alguien podría ser de otra manera, hacer otra cosa, tratarnos de forma distinta. Una vez que hemos puesto nuestra felicidad en manos de quien no puede devolvérnosla, no nos queda sino murmurar amargamente de los demás y de nuestra mala suerte.

La única fuente de Esperanza es saberse querido y elegido, acogido y perdonado, incondicionalmente amado. Quizás tú seas de los que hoy se dejan soñar… por el amor.

 

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