Historia de una narradora

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En épocas de crisis (económicas y de ideas) como ésta que vivimos, hasta los autores de culto, cuyas películas, en circunstancias normales, son para un público minoritario, se apuntan al carro de los remakes. El último en sumarse a tales actos, impúdicos la mayoría de las veces, más notables las menos, ha sido el afincado en Canadá, aunque nacido en Egipto, Atom Egoyan, del que para muchos será la primera vez que oyen su nombre, a pesar de que tiene en su haber títulos tan destacables como Ararat, Exótica, El dulce porvenir o El viaje de Felicia. La película en cuestión es Chloe, versión de la francesa Nathalie.

{xtypo_code}Estados Unidos-Canadá-Francia, 2009.
Título original:  Chloe.
Dirección: Atom Egoyan.
Producción: Jeffrey Clifford, Ivan Reitman, Jennifer Weiss, Simone Urdl.
Guión: Erin Cressida Wilson, basada en la película francesa Nathalie.  
Fotografía: Paul Sarossy.
Música: Mychael Danna.
Montaje: Susan Shipton.
Intérpretes: Julianne Moore (Catherine Stewart), Liam Neesom (David Stewart), Amanda Seyfred (Chloe), Max Thieriot (Michael Stewart), R.H. Thompson (Frank), Nina Dobrev (Anna), Julie Khaner (Bimsy), Laura DeCarteret (Alicia), Meghan Heffern (Miranda), Natalie Lisinska (Eliza).{/xtypo_code}

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Pero, como ocurre en otros muchos casos, la excusa que siempre dan los estudios norteamericanos para cometer semejantes tropelías es que, de otro modo, el público estadounidense (chovinista donde los haya) jamás conocería estas buenas historias y estas buenas cintas si ellos no hiciesen una versión propia. Lo que no dicen es que de los millones de personas que acudan a ver la versión yanqui de una determinada película, un porcentaje ínfimo (inexistente muchas veces) acude después a ver el original. Con lo cual, el desconocimiento sigue siendo el mismo.

Chloe es la película de Egoyan que menos se parece a una película de Egoyan. El motivo es más que evidente: no está basada en un guión propio. El director cuenta la historia de modo lineal, cuando nos tiene acostumbrados a numerosos saltos temporales, obligando al espectador a recomponer el argumento. Lo que sí permanece es su gusto por las historias dentro de las historias, que van entretejiendo un complejo entramado, que aquí tiene a la palabra (en otras ocasiones, Egoyan había dedicado más tiempo y espacio a las imágenes).
Catherine es una ginecóloga de éxito que empieza a sospechar que su marido,

David, un profesor universitario, le es infiel. Casualmente conoce a Chloe, una bella y joven prostituta de lujo, y la contrata para que le seduzca y poner así a prueba su fidelidad. Pero con lo que no contaba Catherine era con que los relatos de Chloe sobre sus encuentros con David no sólo prendieran la mecha de los celos, sino que despertaran en ella deseos que la desconciertan.

Las interpretaciones del trío protagonista son más que solventes, pero sobre todo es la pareja femenina la que destaca y la que lleva la voz cantante en la historia, dejando al marido el papel, nada agradable, de objeto de las narraciones.

Chloe es un thriller con tintes eróticos, que, a pesar de estar bien dirigida (aunque no está entre las mejores obras de Egoyan), notablemente interpretada, y poseer una excelente factura técnica, es ciertamente previsible, y su final no sorprende.

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