A cada edad, su verdad

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(Lc  4, 21-30)CADA EDAD tiene su horizonte, sus posibilidades y sus limitaciones. Y las decisiones y las actitudes que van a marcar el ritmo de nuestra vida se toman en la adolescencia y en la juventud. Por eso, lo jóvenes estáis más llamados a dejaros impresionar por todo lo que en la vida ocurre, y preguntaros qué queréis hacer con la vuestra. El terremoto de Haití, las imágenes y las noticias que nos han golpeado desde los medios de comunicación, tienen que hacerte reflexionar: ¿qué quiero hacer con mi vida?

 

Me estoy dirigiendo hoy especialmente a tí que eres joven, que todavía no tienes la vida hecha y que no has tomado las decisiones que ya no tienen marcha atrás. ¿No querrías ser la mano de Dios para consolar y confortar a quien más lo necesita? ¿No querrías ser instrumento de la voz de Dios para proclamar la verdad, difícil siempre, que nos permite vivir humanamente? No me estoy refiriendo a hacer una experiencia de cooperante en el Tercer Mundo y ya está. Nuestro corazón no vive de interinidades. Ni nuestro corazón, ni los más pobres de la tierra. Ya sé que quieres ser feliz. Eso te propongo, desde ahí te cuestiono. Los que se consagran a Dios y a su Reino sólo son infelices cuando no se entregan de verdad. Por eso, ¿no te has planteado nunca ser misionero?

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A cada edad, su verdad. Y en la tuya la verdad está en hacerte con valentía la pregunta sobre tu vida. En la sinagoga de Nazaret, ante los suyos, Jesús hizo valer la llamada que del Padre había recibido. Ya no era un jóven inmaduro, pero no se arredró; no adulteró el mensaje de amor universal; no se sometió a la dictadura de lo políticamente correcto. Tuvo la audacia tozuda de los jóvenes para ser fiel a sí mismo.

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