Irrenunciable soledad

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(Marcos 9,37-42) Huimos de ella como podemos. Ponemos la tele para no verla; oímos la radio y no la escuchamos; salimos y entramos en mil cosas queriendo alejarla de nosotros y siempre, siempre, nos acompaña.

Nuestra vida de personas se constituye en la soledad en la que nos miramos y nos decidimos. Es verdad, somos esto o lo otro: maestra o periodista, sacerdote o trabajador del campo, estudiante o “mileurista”. Pero nada de eso es lo que somos en verdad. Tú, y yo, somos un abismo de soledad que nos permite decidirnos y ser libres.

Huir de la soledad significa huir de nosotros mismos y refugiarnos, no en los otros, sino en la necesidad que de los otros tenemos. Huyendo de nuestra soledad no encontramos pareja, ni amigos, ni compañeros, sino a alguien, distinto cada vez, que satisface nuestras necesidades. Huyendo de la soledad, sin respetar el misterio insondable que somos, huimos de los otros hacia lo más exterior y superficial de sus personas.

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Las preguntas fundamentales de tu vida: ¿eres feliz?, ¿a quién quieres de verdad?, ¿en qué te estás convirtiendo?, ¿es hermosa y tiene sentido la vida?, sólo se pueden afrontar sintiendo nuestra propia respiración. Pero no te engañes, en la soledad, mientras más abismal, más patente, siempre hay Alguien contigo. Por eso, mirar al abismo de tu propia vida es mirar a los ojos de quien te dio y te da el ser. ¿No es hermoso?

 

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