Niños inocentes

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Se acumulan las noticias espeluznantes sobre la práctica de abortos en distintas clínicas. No puede ser más aberrante y cruel lo que se está descubriendo que venían practicando en esos mataderos, donde, además, cada mes que pasaba se cobraba una cantidad mayor, como si el precio por matar variara en relación con los kilos de feto. 

A los niños que llegan a estas clínicas en el vientre de sus madres gestantes, ¿quién los defiende?. Ni el Gobierno de la nación ni el autonómico; ni los médicos ni el personal de las clínicas, que se lucran con su muerte (sus restos mortales hechos papillas van, como se ha sabido, al desagüe para borrar la prueba mayor del delito).

¿No se tendrían que inspeccionar todas las clínicas de aborto españolas? El aborto es un genocidio atroz, que no denuncia una sociedad anestesiada. La bondad o maldad de un acto no radica en el tiempo en que se realizaba esa eufemística intervención al feto, sino en el acto en sí, intrínsicamente perverso, tenga el feto una semana o catorce. Necesitamos una educación y una legislación que defiendan la vida. Es hora de que las administraciones pongan mayor celo en la inspección sanitaria, que persigan el delito, y a la vez es necesario el impulso de medidas sociales de apoyo a las madres gestantes.

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Las últimas noticias que me llegan hoy es que se quiere legalizar el aborto libre, y, de esta forma, “legalizar” la muerte y el destrozo de los niños, que van a parar al vertedero. ¿Puede existir mayor crimen?. ¡Qué gran delito de nuestra sociedad!

Me viene a la memoria como afirmaba la madre Teresa de Calcuta, “los niños víctimas del aborto son los más pobres de los pobres”.

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