Esa mujer

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“Las personas adultas descubren que mujeres y hombres somos complementarios”.

Cuando algunos nos vamos haciendo mayores y echamos la vista atrás, descubrimos cosas en la vida que nos parecen maravillosas y es estupendo que nos hayan sucedido. Una de ellas es la relación que hemos encontrado y mantenido con el otro sexo (en mi caso con la mujer) en las diferentes etapas de nuestro desarrollo como personas.
Todo ser humano que viene a este mundo comienza su vida unido a la madre por el cordón umbilical; a través de ese conducto recibimos todo lo que necesitamos para que nuestros órganos se vayan formando y adquiriendo  sus formas definitivas. Al salir del vientre de la madre, este cordón es cortado.

Nos separan de nuestras madres, pero comienzan a generarse otra serie de cordones que nos hacen permanecer unidos a ellas de tal manera que pueden llegar a convertirse en verdaderas ataduras, que superan incluso la muerte de la madre, ya que siguen siendo ellas las que dirigen la forma de actuar, de vestir, de pensar, incluso de decidir.

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Por lo mismo, cuántos de nosotros vamos a continuar atados a nuestras madres aun después de haber abandonado el hogar materno. Nos resulta extraño tomar alguna decisión importante sin consultar qué le parece, cómo lo haría ella, si aprueba lo que nos hemos comprado o si debemos aceptar lo que nos proponen.

Todo eso, que en las etapas de nuestra infancia y nuestra adolescencia nos ha ayudado a crecer como personas y a encaminar ese crecimiento hacia la etapa adulta, debería terminar cuando tomamos la opción por la autonomía personal y decidimos el estilo de vida que nosotros queremos llevar.

Cuando no se da ese corte, que posiblemente resultará doloroso por ambas partes, lo que en otro tiempo era una ayuda de la madre al hijo puede llegar a ser, consciente o inconscientemente, un chantaje emocional que, como mínimo, supone dejar en suspenso el crecimiento personal de los hijos.

Lo que nos hace ser verdaderamente adultos, que no siempre coincide con ser mayores en edad, es la relación como personas realmente adultas, sean o no de nuestra familia; éstas son las que nos posibilitan el compartir lo que realmente somos, los proyectos de vida que hacemos y los sueños que nos gustaría llevar adelante.

Los padres, sobre todo las madres, proyectan la vida de los hijos de tal manera que difícilmente logran separarse de ellos. Con el afán de demostrarles su amor, pretenden seguir marcando su forma de ser y de estar en la vida y en la sociedad. Llevan su tarea de ser padres hasta extremos que pueden ahogar la iniciativa de los hijos. Jamás lograrán mantener con ellos una relación adulta.

En la vida de cada día, ¿respetamos y buscamos nuestro ‘espacio’ y el de los demás?

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