A mi querido marido

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Durante años has sido mi compañero del alma. Cuando te conocí encontré a la única persona con la que quería compartir toda mi vida, a ti te ocurrió lo mismo. Aunque pareciese que era cosa del destino no dejó de ser una elección tanto tuya como mía. Nuestra maravillosa boda llenó de alegría a todos, aunque más intensamente a tu corazón y el mío. Durante años fuimos tan felices, tan sumamente felices que no  existía nada ni nadie alrededor nuestro y de ahí fruto de ese inmenso amor nació nuestra hija. 

Pero como todo el mundo sufre contratiempos en la vida, nosotros no íbamos a ser una excepción, y aunque no se quiera aceptar, con tu accidente: lloré, grité, levanté los puños contra Dios y me quedé con la boca abierta ante la férrea intromisión del destino.    
Pasó el tiempo, como si la vida de una escuela se tratara, aprendí que la adversidad sólo nos hace más fuertes, que aprendemos, que maduramos, que crecemos y que cuanto más aprendemos más difíciles se hacen las lecciones. No servía de nada negar que perdí tu alma, así que lo que hice fue aceptarlo. Cuando se aprende la lección el dolor desaparece, la vida, esta vida mía que hoy comienza, parte desde cero, no será fácil, lo sé, pero esto no es una queja es una realidad.
Si pudieras preguntarme qué aprendí, qué pasó, te diría:
No hay dicha sin contratiempos, no hay placer sin dolor, ¿conoceríamos el goce de la paz sin la angustia de la guerra?,si no fuera por la muerte, ¿valoraríamos la vida?,si no fuera por el odio ¿sabríamos que el objetivo último es el amor?
Antes de llegar aquí y después de perder tu alma, la vida me ofreció pistas que me recordaban la dirección que debía seguir. Puse mucha atención en ellas, usé el mayor regalo que nos ha hecho Dios: “el libre albedrío”, éste que coloca sobre nuestros hombros la responsabilidad de adoptar las mejores resoluciones posibles.
La primera decisión importante la tomé, yo sola, sin ayuda, escuchando mis sensaciones y tomando siempre a nuestra hija como motor. Me sentí tremendamente abatida; toda mi vida luché por tener mi propia identidad y en aquel momento ni pensamientos ni sentimientos me hacían única.
Para mí esa decisión sin tenerte fue una pesadilla, no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Era una carga psíquica pesada de llevar. Luego comprendí que de aquella decisión salí beneficiada, tan beneficiada que volví a ser yo misma, con mi propia identidad, pero con una experiencia que hoy hace que sepa que uno de los mayores recursos para llegar al saber es entrar en confusión y es por ello que mi historia personal condicionó mi elección pero no me quitó la posibilidad de elegir.
Hace que sepa que realmente uno no puede elegir los sentimientos, en ese sentido no hay ninguna posibilidad, simplemente los sentimientos surgen. Así como en la leyenda de Tristán e Isolda: Tristán toma por error un filtro de amor y queda perdidamente enamorado de Isolda (futura esposa del rey, amigo de Tristán). El rey dijo: ¿cómo pudiste hacerme esto a mí? Ella iba a ser mi esposa. Y Tristán respondió: ¿A mí qué preguntas?,¿yo qué tengo que ver?, pregúntale a ella que yo soy esclavo de mi corazón y ella es su dueña. Cuando los sentimientos nacen, no hay traición porque no hay voluntad, no se elige, sucede.
Y entonces, me pregunto yo: ¿mi historia personal condicionó mi elección? Al ser yo misma y salir de la confusión te das cuenta que NO, que son los sentimientos los que te hacen seguir un camino, que son los que te marcan un destino como un mapa que te guía en un viaje, como un sabio maestro que te ayuda a encontrar la respuesta que buscas, como un ángel (sí, ¿por qué no, aunque no crea en ellos?) que te conforta en los momentos de necesidad.
Así son los sentimientos. Todo esto querido marido, hasta llegar aquí, he vivido y he aprendido; y con toda esta experiencia comienza mi nueva vida, no antes sin darte las gracias por los buenos momentos vividos, recordando el gran amor que compartimos; sabiendo que el tiempo que he pasado contigo fue maravilloso y nunca te olvidaré, y sobre todo: que soy la mujer que hoy soy Gracias a Ti.
Es duro para mí escribir estas palabras pero puedo y debo decirte ADIÓS mi querido marido. 

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